domingo, 29 de noviembre de 2015

Enseñanzas toltecas. Del pasado al presente.



LOS CUATRO ACUERDOS

Un contrato contigo mismo






A través del libro Los cuatro acuerdos el doctor mexicano Miguel Ruiz traslada la milenaria filosofía tolteca a la sociedad occidental de nuestros días, poniéndola plenamente de actualidad. 

Según el autor del libro, el motivo del sufrimiento humano, una vez cubiertas las necesidades básicas y fundamentales, no es otro que un sistema de falsas creencias grabado a fuego en nuestra mente desde la más tierna infancia (mediante múltiples métodos de “domesticación social”, que empiezan en nuestra familia, vecindario, comunidad religiosa… y continúan en la escuela, en la universidad, en nuestro trabajo…) y que asumimos como nuestro sin cuestionárnoslo demasiado.

Cada vez que incorporamos una creencia como válida establecemos un acuerdo, pero puede que estas ideas externas de las que nos apropiamos estén muy lejos de la verdad…

Los acuerdos propuestos a la luz de la filosofía tolteca son los siguientes:


Primer acuerdo. “Sé impecable con tus palabras”.

¿Qué nos decimos y qué les decimos a los demás?.

Nosotros somos magos a través de las palabras que utilizamos. Lanzamos “hechizos” en la mente de las demás personas y en nuestra propia mente por medio de ellas. Nuestras palabras son poderosa “magia negra” o, por el contrario, “magia blanca” sobre los demás. Tienen ese poder de dañar o sanar. Las palabras son pura magia, es el don más preciado que tenemos como seres humanos.

Siempre que escuchamos una opinión sobre nosotros mismos y la creemos, estamos llegando a un acuerdo.

Para entender qué significa ser impecable con las palabras tenemos que entender primeramente qué es pecado. “Pecado” es cualquier cosa que dices o haces que va contra ti (juzgar, culpar, etc.). La impecabilidad consiste en no utilizar tus palabras contra ti mismo o contra los demás.

Segundo acuerdo. “No te tomes nada personalmente”.

No estés de acuerdo por sistema con cualquier cosa que se te diga. Cuando otra persona manifiesta una opinión sobre ti - ya sea ésta positiva o negativa - debes pensar que es fruto de su sistema de creencias y de sus propios acuerdos, con lo cual dicha opinión dice más sobre ella misma que sobre ti.

Tomarte las cosas personalmente, como si realmente fueran contigo, te convierte en una presa fácil de los “depredadores” o “magos negros” (hechiceros de las palabras).

Debes tratar de ser inmune a este tipo de hechizos. El primer paso es ser consciente de ello.

No necesitamos la aceptación de los demás. Debemos buscar la verdad en nosotros mismos, descubrir lo que verdaderamente somos.

Lo que otros piensen de mí es “su” problema, no el mío. Los demás tienen una opinión sobre mí según su propio sistema de creencias, de modo que su opinión no tiene nada que ver conmigo, sino con ellos, con sus acuerdos.

Debemos bucear en nuestro interior para encontrar la verdad de quiénes somos y de lo que queremos.

Durante nuestro pasado quizás hayamos estado dando crédito a opiniones perversas sobre nosotros mismos y es muy probable que nos juzguemos y condenemos en función de estas opiniones externas a las que les hemos dado veracidad. Nuestro “juez” interior nos castiga en función de ellas y nos convierte en nuestras propias “víctimas”. Al actuar constantemente de esta manera hemos creado un “hábito de sufrimiento”. Nos hemos vuelto adictos al dolor.

Si tienes esta adicción, si sientes la necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir, algo en ti hará que las maltrates. El límite del maltrato al que tú mismo te sometes es el máximo que tolerarás de otra persona. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo más probable es que te alejes. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco menos, es muy probable que continúes con esa relación.

Para romper con este círculo vicioso de autojuicios y castigos, hay que hacerse consciente de ello. Lo que otros te han mandado en el pasado con sus palabras perniciosas o lo que te mandan ahora no tienes por qué tomártelo como algo personal. Cuando no te tragas el veneno emocional que otros te mandan (intencionalmente o no) se vuelve más nocivo para el que te lo envía que para ti mismo.

Lo que digan los demás - malo o bueno - no importa; sólo importa lo que tú  asumas como verdadero. No creas en los demás, cree en ti mismo.


Tercer acuerdo. “No hagas suposiciones”.

El peligro de hacer suposiciones es llegarnos a creer que aquello que suponemos es cierto. Esto sólo puede llegar a generar sufrimiento en nuestras relaciones personales. Es como la pescadilla que se muerde la cola: suponemos, nos lo tomamos personalmente y después enviamos veneno emocional a los demás con nuestras palabras.

Cuando vayamos a hacer una suposición sobre los demás tenemos que tener en cuenta que sólo vemos lo que queremos (podemos) ver y oímos lo que queremos (podemos) oír, que nunca percibimos las cosas tal como son realmente, que nuestro sistema de creencias transforma nuestra percepción.

Como ejemplo, citaré un pequeño fragmento del relato “Un hermano así” del libro Sopa de pollo para el alma:

“A Paul, un amigo mío, su hermano le regaló un automóvil por Navidad.

En Nochebuena, cuando Paul salía de su despacho, encontró un pilluelo de la calle dando vueltas alrededor del brillante coche nuevo, admirándolo.

—¿Es éste su coche, señor? —le preguntó.

Paul asintió con la cabeza.

 —Me lo regaló mi hermano por Navidad —respondió.

El chico se quedó atónito.

—¿Quiere decir que su hermano se lo dio y a usted no le costó nada? Vaya, ojalá... — se interrumpió, vacilante.

Por cierto, Paul sabía ya lo que el chico iba a decir: que ojalá él tuviera un hermano así. Pero lo que realmente dijo lo conmovió hasta lo más hondo.

—Ojalá yo pudiera ser un hermano así.”

Hacer suposiciones conduce a muchas dificultades, disputas y malentendidos con las personas con las que nos relacionamos. No nos precipitemos al sacar conclusiones.

El antídoto contra la suposición es la pregunta. No tengamos miedo de preguntar hasta que todo quede diáfano. Y, aún así, no debemos creer que ya lo sabemos todo sobre esa cuestión.


Cuarto acuerdo. “Haz siempre lo máximo que puedas”.

La inacción es nuestra forma de negar la vida (por ejemplo, pasarse horas y horas día tras día sentados frente al televisor).

Expresar lo que realmente eres requiere emprender una acción. Una idea, si no se lleva a cabo, no llega nunca a manifestarse, no da frutos ni produce recompensas. Queda en nada.

Todo lo que sabes actualmente lo has aprendido mediante la repetición (hablar, andar, escribir, montar en bicicleta, conducir…). La acción repetida es lo que ha creado ese aprendizaje. Los hechos son lo que importa.

Hacer “lo máximo que se puede” tendrá distintos niveles de intensidad según el momento concreto de nuestra vida (fatiga, ánimo, salud o enfermedad…). No siempre este máximo será lo mismo.

Por eso, debemos ser pacientes con nosotros mismos y no tirar la toalla a la primera de cambio cuando tratemos de actuar conforme a los nuevos acuerdos “conscientes” y no lo consigamos totalmente. Tenemos que ser benevolentes con nosotros mismos ante las recaídas, puesto que hemos repetido incesantemente otras pautas derivadas de otros acuerdos. Es normal que aún tengan influencia sobre nosotros. Contrarrestarla es difícil al principio, pero, a medida que lo intentemos (que nos caigamos y volvamos a levantarnos), iremos creando poco a poco estos nuevos hábitos. Es el compromiso con estos acuerdos mediante la acción el que nos va transformando.


Con respecto a esta cuestión, cobra sentido la famosa e inspiradora cita de autor desconocido:

“Si lo intentas, quizás; si no, jamás”.