viernes, 10 de noviembre de 2017

Vikingos, los "hombres del norte"

Los vikingos y sus descendientes -integrados ya en otros pueblos- tuvieron gran influencia en la historia de Europa durante toda la llamada "Edad Media".

Étnicamente formaban parte, originariamente, de los denominados "pueblos germanos".

Desde la Península Escandinava (actuales Suecia, Noruega y Finlandia) se lanzaron a la expansión e invasión de otras tierras, llegando a las Islas Británicas, Francia, Rusia, Península Ibérica, Islandia, Groenlandia, Isla de Terranova (en la actual Canadá) y tierras del Mar Negro y del Mar Mediterráneo.

Su estrategia guerrera era principalmente psicológica: se basaba en el terror. Solían hacer incursiones por mar utilizando sus típicas embarcaciones, como los "Knerri" o los "langskips", a bordo de las cuales viajaban decenas de hombres armados con un equipo muy básico constituido por arcos de madera de tejo, jabalinas, lanzas, espadas de doble hoja, hachas y protegidos por escudos, cascos cónicos sobrios de hierro o de cuero reforzado con placas de metal con protector de nariz y cubremejillas y cotas de mallas. 

Sus victorias no se debían tanto a sus armas - rudimentarias- como a su organización. Se presentaban por sorpresa en asentamientos de otros pueblos, tratando de pasar desapercibidos mientras se acercaban. Podían aprovechar días de feria en que los habitantes del pueblo objetivo se habrían desplazado para intercambiar o comprar mercancías o arriar las velas de sus embarcaciones para disimular su presencia cerca de la costa mientras se aproximaban a tierra remando entre la niebla. Igualmente, realizaban incursiones a través de los ríos franqueando obstáculos cargando a hombros sus barcos. Una parte de los guerreros desembarcaban profiriendo alaridos mientras los mayores o heridos se quedaban a bordo vigilando y custodiando las embarcaciones. Los habitantes de los lugares atacados no tenían tiempo de reacción y se veían obligados a defenderse valiéndose de aperos de labranza en una lucha cuerpo a cuerpo que tan sólo duraba unas horas. Normalmente lograban hacerse con un botín fácil de transportar en sus barcos saqueando casas y templos. Sus preferidos eran los objetos sagrados de plata y oro que formaban parte de los tesoros de las iglesias y monasterios, pero también se llevaban joyas, vajillas, monedas, armas, ganado, vino, cerveza y prisoneros/as que luego utilizarían como esclavos/as. A su partida, incendiaban todo lo que les era posible.

Algunos monasterios como el de Clonmcnoise llegaron a sufrir hasta ocho embates, así que a partir del s. X la arquitectura románica va a evolucionar en un intento de ofrecer resistencia a estos saqueos. Los campanarios van ganando en altura y solidez para ser empleados como atalayas y refugio.

El elemento clave de los pueblos vikingos es el barco, cuya construcción confiaban a maestros artesanos del hierro y la madera. El barco vikingo era apto tanto para afrontar largas travesías en alta mar como para acercarse a la orilla y hasta remontar el curso de ríos poco profundos gracias a su casco achatado. Su construcción podía llevar un año. A partir de más de dos decenas (o casi una centena) de hayas o de robles se tallaban quilla y estraves. El casco del barco se cubría con estopa y brea para aislarlo y los tablazones que formaban parte del revestimiento exterior del mismo con alquitrán de pino y aceite de ballena para impedir que se adhiriesen las algas. Todos los elementos, desde el mástil o el timón hasta los remos y cabos, se elaboraban artesanalmente por el equipo que conformaba el taller de carpintería. Las proas de los barcos estaban presididas por una pieza ornamental: la cabeza de dragón. Su finalidad era, según su tradición religiosa, la de calmar a los espíritus del mar. Esta pieza se retiraba antes de entrar a un puerto para no desafiar a los espíritus de tierra firme. 




Si los barcos se encargaban a profesionales, no así la mayoría de utensilios cotidianos -domésticos o de campo-, que cada familia tallaba o reparaba en su propia casa.

La familia era el centro en torno al cual se organizaba la sociedad vikinga. Englobaba a varias generaciones de hombres y mujeres libres que vivían bajo el mismo techo en una casa comunitaria junto a sus esclavos/as (prisoneros/as de guerra). Esta casa constaba de una estancia principal con un hogar de piedra en el centro para cocinar. Alrededor de él comían y dormían. La sémola era la base de su dieta.

El matrimonio no era más que una alianza económica y política entre dos familias. La esposa debía aportar una dote acorde con su rango social. El marido trataba con respeto a su esposa, algo que era poco común para la época. Si la mujer sufría maltrato por parte de su marido, tenía derecho a reclamar el divorcio. Los hombres elegían los nombres de los/as recién nacidos/as y los/as reconocían como hijos/as, incorporándolos/as al clan familiar. Ellos también tenían derecho a escoger varias concubinas entre sus esclavas. Durante la ausencia de los hombres, por expediciones comerciales o guerreras, las esposas ostentaban la autoridad de la casa y llevaban colgado de la cintura el símbolo de esta autoridad: el juego de llaves de los baúles. 

La sociedad vikinga era agrícola/ganadera y pesquera. Una vez al año las familias se desplazaban en barco para vender o intercambiar en mercados cosmopolitas gran variedad de productos como telas manufacturadas en casa por la esposa, las hijas y las sirvientas con lana o lino, pieles y colmillos de morsa, esclavos/as, tesoros fruto del saqueo o los tributos impuestos a los francos o anglosajones y todo tipo de excedentes de su propia producción. Allí solían permanecer alrededor de una semana para abastecerse de lo necesario para todo el año. A estos centros comerciales se desplazaban personas llegadas de lugares tan distantes como la Península Ibérica (ocupada por los musulmanes) o el Califato de Bagdad. Un conjunto de jueces mantenían el orden en las plazas comerciales, que contaban con su propio código legal.



Los vikingos creían en la vida después de la muerte, especialmente para la élite guerrera. Según su tradición religiosa, la mitad de los guerreros que perecían en la batalla entrarían en el Walhalla a lomos de Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, guiados por las valquirias, y la otra mitad lo harían> al Fólkvangr de la diosa Freyja. En cuanto a las prácticas funerarias, a veces se incineraba a los difuntos, pero lo más habitual era la inhumación del cadáver. Si el fallecido era de la aristocracia vikinga, se enterraba provisto con ricos atavíos, animales sacrificados y descuartizados para la ocasión, joyas, pan, fruta, huevos, cerveza, sirvientes, concubinas, etc. en una tumba rodeada de piedras que recordaban la forma de un navío. Eran comunes las ofrendas humanas (esclavas, sobre todo) para acompañar al difunto de clase pudiente. Estos/as sirvientes bebían, cantaban y bailaban hasta caer agotados por el esfuerzo antes del sacrificio. Los difuntos más relevantes se depositaban junto a estas ofrendas en un barco dentro de una cámara excavada en la tierra por decenas de hombres. Se creía que este barco los conduciría al Hel (reino de los muertos). Después se construía un techo para cubrir la tumba. Pasado un tiempo, también se cubría el tejado de madera con tierra y piedras. 

            

            

            

            


sábado, 4 de noviembre de 2017

Un libro para todos los públicos: "La lección de August" (R.J. Palacio)

August es un niño de diez años con anomalías craneofaciales debidas a varias mutaciones genéticas. Sus ojos están en medio de las mejillas, inclinados hacia abajo y a distinta altura cada uno. No le caben en las órbitas. Sus párpados de abajo  parecen vueltos del revés. No tiene cejas ni pestañas ni pómulos ni casi orejas. A lo largo de los años ha tenido que someterse a múltiples operaciones para intentar cerrar una fisura palatina o implantarle hueso en la mandíbula, por lo que, además, tiene varias cicatrices. Así que, al principio, suele impresionar mucho a todos los que lo ven. Y él es plenamente consciente de ello...  

Hasta ese momento nunca había asistido al colegio. Su familia lo educaba en casa mientras le porporcionaba los cuidados post-operatorios que necesitaba. Por primera vez August se va a enfrentar solo al mundo exterior -sin la habitual protección de sus padres, su hermana Via y su perra Daisy-, asistiendo a una escuela secundaria cerca de donde vive.

El director de la escuela, el señor Lawrence Traseronian, procura que este peculiar alumno tenga una buena acogida desde el primer momento entre alumnos y docentes. Ya en el verano organiza una especie de "comité de bienvenida" formado por tres niños de su grupo de 5º B (Julian, Charlotte y Jack Will), que serán los encargados de recibirlo y apoyarlo al inicio de las clases. De estos alumnos, únicamente Jack Will forjará con August una sincera amistad, lo que lo convertirá en el blanco del mismo rechazo y las burlas que sufrirá su "protegido" por parte de sus compañeros y hasta de algunos padres. Además de Jack, August contará con la espontánea amistad de Summer, una chica que decide, por sí misma, acercarse al "chico nuevo", descubriendo así en él su lado más divertido.

Este primer libro de la serie "Wonder" transcurre durante el primer año de escuela de August narrando los hechos desde la perspectiva de su protagonista, sobre todo, pero también de su hermana Via, de Miranda -la mejor amiga de su hermana-, de Justin -el reciente novio de Via- y de sus amigos Jack y Summer.

Dentro de la trama se incluye el fenómeno de la discriminación al diferente; las distintas etapas en la evolución del acoso escolar; las variadas reacciones del personal de la escuela, las familias, los compañeros y el propio niño; los sentimientos de los que se relacionan con el protagonista y cómo la valentía de los niños y los valores de los docentes acaban mejorando la escuela entera. 

Es un libro novedoso en cuanto a que trata un tema que a priori se presta a rumiar la miseria humana manteniendo un enfoque optimista aun en momentos duros. 

Portada del libro


domingo, 19 de marzo de 2017

La necesidad INTERNA de SIMPLIFICAR

Hace bastante tiempo que me falta espacio y me sobran objetos, personas, tareas... 

Muchos los he ido incorporando yo misma en una tendencia acumulativa sin freno a lo largo de los años y algunos me han sido y me son impuestos; pero unos y otros me asfixian.

Creo que ha llegado el momento de coger las riendas y dar el alto, ya que me siento perdida en medio de toda esa marabunta.

Reflexionando, he llegado a la conclusión de que en general vivimos aplicando la filosofía consumista a todos los ámbitos de nuestras vidas. Yo, por supuesto, también me he subido a la ola. No recuerdo muy bien en qué momento, pero sí recuerdo otra época pasada en que no era así, en que vivía con lo mínimo indispensable sabiendo y controlando todos mis recursos (de todo tipo), sin excesos.

Actualmente las cosas que acumulo han creado un caos ingobernable. Ya no sé cuáles ni cuántas ni dónde exactamente. Constituyen un ejército armado que poco a poco me ha ido ganando terreno.

Durante bastantes años no caí en la cuenta de cómo iban aumentando estos "inquilinos": títulos, cursos de formación de lo más variopintos, contactos de teléfono y redes sociales, ropa, calzado, libros, fotocopias de libros, cuadernos, cajas, carpetas, archivadores, documentos, materiales manipulativos que voy elaborando curso tras curso para mis alumnos/as, menaje de cocina, aparatos electrónicos, bolígrafos, lápices, pinturas, juegos didácticos, juguetes, muebles, amigos, conocidos, reuniones absurdas, actividades estériles... Las categorías se cuentan por decenas y los elementos por centenas (quizás millares, en algunos casos). Ya sólo intentar recordarlos y nombrarlos me produce vértigo.

¿Es necesario dar cabida a tanto "lo que sea"?. ¿Cuándo cerrar las puertas y ventanas?. ¿Por dónde empezar a reducir?. ¿Qué método seguir?.

Por el momento he empezado por lo más sencillo: agenda telefónica y "amigos" de redes sociales. Un buen día cogí el móvil y allí había Cármenes, Juanes, Marías y Fernandos a los que hoy por hoy me era imposible identificar. Creo que es una señal inequívoca de que no me he relacionado con esa gente en los últimos meses o años... Así que... ¿qué pintan en el listín telefónico del móvil o en Facebook?. ¡Fuera!. 

Otra cosa que ya no hago es anotarme a cursos de formación porque sí. He empezado a ser muy selectiva. Antes me parecía que tenía que aprovechar todas las oportunidades formativas que había disponibles, a lo mejor porque durante mucho tiempo tuve que acumular puntos de formación para oposiciones, trienios, sexenios... Vamos, que me tragaba todo lo que podía hasta que me empaché. Últimamente sólo iría si hubiese detrás una fuerte motivación. Llega un momento en que el tiempo se te cuela en un montón de actividades sin sentido y ciertamente los cursos eran algunas de ellas. No es que considere que la formación sea innecesaria, pero llegado a un punto hay que hacer un paréntesis. Las cosas no cambian tanto de un año para otro, no te desactualizas por ello, y, por otra parte, tampoco puedes aplicar todo lo que se te enseña. Al final, se convierte en un proceso acumulativo más.

Tengo muchas más cosas que eliminar en mente para simplificar mi vida, desde ropa hasta papeles pasando por libros y ciertas personas. Aún no sé cuál será el siguiente paso depurativo.