Los vikingos y sus descendientes -integrados ya en otros pueblos- tuvieron gran influencia en la historia de Europa durante toda la llamada "Edad Media".
Étnicamente formaban parte, originariamente, de los denominados "pueblos germanos".
Desde la Península Escandinava (actuales Suecia, Noruega y Finlandia) se lanzaron a la expansión e invasión de otras tierras, llegando a las Islas Británicas, Francia, Rusia, Península Ibérica, Islandia, Groenlandia, Isla de Terranova (en la actual Canadá) y tierras del Mar Negro y del Mar Mediterráneo.
Su estrategia guerrera era principalmente psicológica: se basaba en el terror. Solían hacer incursiones por mar utilizando sus típicas embarcaciones, como los "Knerri" o los "langskips", a bordo de las cuales viajaban decenas de hombres armados con un equipo muy básico constituido por arcos de madera de tejo, jabalinas, lanzas, espadas de doble hoja, hachas y protegidos por escudos, cascos cónicos sobrios de hierro o de cuero reforzado con placas de metal con protector de nariz y cubremejillas y cotas de mallas.
Sus victorias no se debían tanto a sus armas - rudimentarias- como a su organización. Se presentaban por sorpresa en asentamientos de otros pueblos, tratando de pasar desapercibidos mientras se acercaban. Podían aprovechar días de feria en que los habitantes del pueblo objetivo se habrían desplazado para intercambiar o comprar mercancías o arriar las velas de sus embarcaciones para disimular su presencia cerca de la costa mientras se aproximaban a tierra remando entre la niebla. Igualmente, realizaban incursiones a través de los ríos franqueando obstáculos cargando a hombros sus barcos. Una parte de los guerreros desembarcaban profiriendo alaridos mientras los mayores o heridos se quedaban a bordo vigilando y custodiando las embarcaciones. Los habitantes de los lugares atacados no tenían tiempo de reacción y se veían obligados a defenderse valiéndose de aperos de labranza en una lucha cuerpo a cuerpo que tan sólo duraba unas horas. Normalmente lograban hacerse con un botín fácil de transportar en sus barcos saqueando casas y templos. Sus preferidos eran los objetos sagrados de plata y oro que formaban parte de los tesoros de las iglesias y monasterios, pero también se llevaban joyas, vajillas, monedas, armas, ganado, vino, cerveza y prisoneros/as que luego utilizarían como esclavos/as. A su partida, incendiaban todo lo que les era posible.
Algunos monasterios como el de Clonmcnoise llegaron a sufrir hasta ocho embates, así que a partir del s. X la arquitectura románica va a evolucionar en un intento de ofrecer resistencia a estos saqueos. Los campanarios van ganando en altura y solidez para ser empleados como atalayas y refugio.
El elemento clave de los pueblos vikingos es el barco, cuya construcción confiaban a maestros artesanos del hierro y la madera. El barco vikingo era apto tanto para afrontar largas travesías en alta mar como para acercarse a la orilla y hasta remontar el curso de ríos poco profundos gracias a su casco achatado. Su construcción podía llevar un año. A partir de más de dos decenas (o casi una centena) de hayas o de robles se tallaban quilla y estraves. El casco del barco se cubría con estopa y brea para aislarlo y los tablazones que formaban parte del revestimiento exterior del mismo con alquitrán de pino y aceite de ballena para impedir que se adhiriesen las algas. Todos los elementos, desde el mástil o el timón hasta los remos y cabos, se elaboraban artesanalmente por el equipo que conformaba el taller de carpintería. Las proas de los barcos estaban presididas por una pieza ornamental: la cabeza de dragón. Su finalidad era, según su tradición religiosa, la de calmar a los espíritus del mar. Esta pieza se retiraba antes de entrar a un puerto para no desafiar a los espíritus de tierra firme.
Si los barcos se encargaban a profesionales, no así la mayoría de utensilios cotidianos -domésticos o de campo-, que cada familia tallaba o reparaba en su propia casa.
La familia era el centro en torno al cual se organizaba la sociedad vikinga. Englobaba a varias generaciones de hombres y mujeres libres que vivían bajo el mismo techo en una casa comunitaria junto a sus esclavos/as (prisoneros/as de guerra). Esta casa constaba de una estancia principal con un hogar de piedra en el centro para cocinar. Alrededor de él comían y dormían. La sémola era la base de su dieta.
El matrimonio no era más que una alianza económica y política entre dos familias. La esposa debía aportar una dote acorde con su rango social. El marido trataba con respeto a su esposa, algo que era poco común para la época. Si la mujer sufría maltrato por parte de su marido, tenía derecho a reclamar el divorcio. Los hombres elegían los nombres de los/as recién nacidos/as y los/as reconocían como hijos/as, incorporándolos/as al clan familiar. Ellos también tenían derecho a escoger varias concubinas entre sus esclavas. Durante la ausencia de los hombres, por expediciones comerciales o guerreras, las esposas ostentaban la autoridad de la casa y llevaban colgado de la cintura el símbolo de esta autoridad: el juego de llaves de los baúles.
La sociedad vikinga era agrícola/ganadera y pesquera. Una vez al año las familias se desplazaban en barco para vender o intercambiar en mercados cosmopolitas gran variedad de productos como telas manufacturadas en casa por la esposa, las hijas y las sirvientas con lana o lino, pieles y colmillos de morsa, esclavos/as, tesoros fruto del saqueo o los tributos impuestos a los francos o anglosajones y todo tipo de excedentes de su propia producción. Allí solían permanecer alrededor de una semana para abastecerse de lo necesario para todo el año. A estos centros comerciales se desplazaban personas llegadas de lugares tan distantes como la Península Ibérica (ocupada por los musulmanes) o el Califato de Bagdad. Un conjunto de jueces mantenían el orden en las plazas comerciales, que contaban con su propio código legal.
Los vikingos creían en la vida después de la muerte, especialmente para la élite guerrera. Según su tradición religiosa, la mitad de los guerreros que perecían en la batalla entrarían en el Walhalla a lomos de Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, guiados por las valquirias, y la otra mitad lo harían> al Fólkvangr de la diosa Freyja. En cuanto a las prácticas funerarias, a veces se incineraba a los difuntos, pero lo más habitual era la inhumación del cadáver. Si el fallecido era de la aristocracia vikinga, se enterraba provisto con ricos atavíos, animales sacrificados y descuartizados para la ocasión, joyas, pan, fruta, huevos, cerveza, sirvientes, concubinas, etc. en una tumba rodeada de piedras que recordaban la forma de un navío. Eran comunes las ofrendas humanas (esclavas, sobre todo) para acompañar al difunto de clase pudiente. Estos/as sirvientes bebían, cantaban y bailaban hasta caer agotados por el esfuerzo antes del sacrificio. Los difuntos más relevantes se depositaban junto a estas ofrendas en un barco dentro de una cámara excavada en la tierra por decenas de hombres. Se creía que este barco los conduciría al Hel (reino de los muertos). Después se construía un techo para cubrir la tumba. Pasado un tiempo, también se cubría el tejado de madera con tierra y piedras.
Los vikingos creían en la vida después de la muerte, especialmente para la élite guerrera. Según su tradición religiosa, la mitad de los guerreros que perecían en la batalla entrarían en el Walhalla a lomos de Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, guiados por las valquirias, y la otra mitad lo harían> al Fólkvangr de la diosa Freyja. En cuanto a las prácticas funerarias, a veces se incineraba a los difuntos, pero lo más habitual era la inhumación del cadáver. Si el fallecido era de la aristocracia vikinga, se enterraba provisto con ricos atavíos, animales sacrificados y descuartizados para la ocasión, joyas, pan, fruta, huevos, cerveza, sirvientes, concubinas, etc. en una tumba rodeada de piedras que recordaban la forma de un navío. Eran comunes las ofrendas humanas (esclavas, sobre todo) para acompañar al difunto de clase pudiente. Estos/as sirvientes bebían, cantaban y bailaban hasta caer agotados por el esfuerzo antes del sacrificio. Los difuntos más relevantes se depositaban junto a estas ofrendas en un barco dentro de una cámara excavada en la tierra por decenas de hombres. Se creía que este barco los conduciría al Hel (reino de los muertos). Después se construía un techo para cubrir la tumba. Pasado un tiempo, también se cubría el tejado de madera con tierra y piedras.