África occidental estaba ocupada por numerosos pueblos, especializados cada uno de ellos en una actividad determinada: ganaderos nómadas, agricultores y artesanos sedentarios, comerciantes... Los nómadas se trasladaban con los animales siguiendo las pasturas. Cambiaban productos de ganadería por cereales y otros artículos realizados por los agricultores sedentarios, reagrupados en pueblos. Numerosos comerciantes mantenían relaciones con regiones muy alejadas las unas de las otras, jalonando los caudalosos ríos del occidente africano. También la caza, en un terreno difícil de cultivar, se convirtió en un importante medio para procurarse alimento. La fauna africana, aunque abundante, era a menudo peligrosa. Vencer bestias feroces con armas rudimentarias era un medio para demostrar la valentía y bravura de un hombre.
Los reinos e imperios africanos nacieron de las guerras entre los pueblos del África occidental. Los vencedores imponían a los vencidos multas que consistían en enviar esclavos. Ciertos reinos africanos poderosos participaron en la trata de esclavos. Todos los pueblos libres de la región se encontraban bajo la amenaza constante de la esclavitud. El mundo árabe-musulmán (desde el siglo VII) y Europa (desde el siglo XV) tenían necesidad de esclavos; de modo que los intermediarios africanos emplearon diferentes medios (compras, raptos, ataques a pueblos) para conseguir hombres, mujeres o niños y ponerlos a disposición de los traficantes árabes y europeos, lo que suponía un aumento cada vez mayor de sus ganancias.
Entre el siglo XVI y finales del siglo XIX cerca de 11 millones de hombres, mujeres, niños y niñas africanos fueron capturados, deportados, transportados en barcos mercantiles europeos y vendidos como esclavos a propietarios del otro lado del océano Atlántico, principalmente de las Antillas, Estados Unidos y Brasil.
Los europeos necesitaban mano de obra capaz de trabajar las colonias americanas. En África encontraron los esclavos que compraban a los comerciantes locales a cambio de diferentes productos.
Las llamadas "perlas del tráfico" podían ser coquinas recogidas en las playas del Océano Índico o cuentas de vidrio que se cambiaban por esclavos. No tenían valor para los europeos, pero constituían la moneda en África.
Las rutas del comercio de esclavos eran internacionales. Zarpados de los puertos europeos y cargados de mercancías, los barcos llegaban a África para comprar esclavos. Transportados a América, los esclavos eran nuevamente intercambiados por mercancías que regresaban a Europa. A este tipo de comercio se le denomina "trata negrera" o bien "comercio triangular", ya que interrelacionaba Europa, África y América.
Los esclavos capturados eran agrupados en corrales instalados en las costas. Allí se hacían las transacciones. Para llenar un barco negrero se necesitaban entre uno y cuatro meses. Una vez vendidos, los esclavos eran embarcados con destino a América. El fuerte construido en la isla de Goré, en la costa senegalesa, era uno de los lugares de embarque.
Los negociantes de los puertos franceses, portugueses, ingleses, españoles u holandeses organizaban la trata. Entre el año 1500 y el año 1850, los traficantes europeos deportaron a América más de 11 millones de esclavos y esclavas procedentes de África.
Conocida desde las Cruzadas, la caña de azúcar se empezó plantar alrededor del Mediterráneo. En 1505, Cristóbal Colón introdujo el azúcar en Haití. Las Antillas pronto se convirtieron en las "islas de azúcar". Los plantadores de caña de azúcar se repartían las propiedades llamadas "fincas" para poder cultivarla. La cultura de la caña demandaba una mano de obra muy numerosa y la elaboración del azúcar requería importantes inversiones: se necesitaban muchos obreros al menor costo. A finales del siglo XVIII, los europeos ya consumían 4 kg de azúcar por persona al año. Los comerciantes demandaban cantidades cada vez mayores a precios más bajos.
El jugo de la caña de azúcar también se destilaba y se dejaba fermentar para elaborar ron, una bebida alcohólica de alta graduación.
Las primeras fábricas en América se crearon para elaborar azúcar. La energía era suministrada por un molino de agua o de viento. Cada operación tenía lugar en edificaciones diferentes. Los trozos de caña, machacados en los molinos, producían un jugo que contienen entre un 10 y un 20% de azúcar. Una vez hervido en calderas, dicho jugo se convierte en un jarabe que, centrifugado y secado, se transforma en azúcar blanco.
Los propietarios de las plantaciones amasaron inmensas fortunas en el sur de los Estados Unidos y en las Antillas. Su nivel de vida era muy parecido al de los aristócratas europeos. Los propietarios más ricos se construían verdaderos palacios, lujosamente decorados a la última moda europea, pero adaptados al clima americano: resistentes al calor y al viento. Se conocen como "casas coloniales".
Los "esclavos de campo", empleados como trabajadores agrícolas, vivían en cabañas agrupadas en aldeas, cerca de las plantaciones. Tras las agotadoras jornadas de trabajo, debían cultivar sus propios huertos para poder alimentarse.
Una parte de los esclavos, normalmente mujeres mayores y niños, eran conocidos como "los negros de casa". Estaban al servicio del amo y de su familia como cocineros, nodrizas, lavanderos... Éstos recibían un trato bastante mejor que el otro tipo de esclavos. Convertidos al cristianismo desde muy temprano, fueron los que crearon las primeras iglesias negras.
Los hijos de los propietarios de las plantaciones eran educados por nodrizas esclavas. Los hijos de estas esclavas también eran esclavos, ya que la condición de esclavo se heredaba por vía materna. Éste se convirtió en un sistema para aumentar el número total de esclavos y reponerlos sin necesidad de comprarlos.
En las Antillas los esclavos eran más numerosos que los colonos. En Haití, por ejemplo, había 480.000 esclavos para 30.000 colonos blancos: una proporción de 16 esclavos por colono.
Los esclavos no eran considerados seres humanos. En el mejor de los casos, se les trataba como niños. Parecía completamente normal castigarlos, por la menor desobediencia o error, con castigos muy crueles. Los propietarios temían la revueltas por encima de todo, ya que, dado el número elevado de esclavos, éstas podrían resultar muy peligrosas. Así, el menor atisbo de rebelión era severamente penalizado. Amparado por ciertas leyes, en algunos países el amo tenía derecho a pegar y encadenar a sus esclavos, pero no a torturarlos ni mutilarlos. Por otro lado, esta normativa no resulta nada extraña, ya que eso tampoco le interesaba al propietario: necesitaba que los esclavos pudieran trabajar a pleno rendimiento lo más rápidamente posible. Para pegar a los esclavos el instrumento más utilizado era el látigo. El dolor, muy intenso durante el castigo, permanecía durante mucho tiempo hasta que las heridas cicatrizaban. Otro castigo común era el cepo: éste consistía en una plancha de madera provista de agujeros por donde se introducían las extremidades de los esclavos teniendo que permanecer anclados durante días o incluso semanas.
A los esclavos que se fugaban se les llamaba "cimarrones", vocablo que significa "salvaje, indómito". Cuando se les atrapaba de nuevo, se les colocaba un collar de hierro con cencerros o campanitas que permitían oír sus desplazamientos con el fin de evitar que se volvieran a escapar.
La historia que debe conocer todo ser humano en el siglo XXI con una pandemia que azota como ese látigo, ahora a todos.
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