LOS CUATRO ACUERDOS
A través del libro Los cuatro acuerdos el doctor
mexicano Miguel Ruiz traslada la milenaria filosofía tolteca a la sociedad occidental
de nuestros días, poniéndola plenamente de actualidad.
Según el autor del libro, el
motivo del sufrimiento humano, una vez cubiertas las necesidades básicas y
fundamentales, no es otro que un sistema de falsas creencias grabado
a fuego en nuestra mente desde la más tierna infancia (mediante múltiples
métodos de “domesticación social”, que empiezan en nuestra familia, vecindario,
comunidad religiosa… y continúan en la escuela, en la universidad, en nuestro trabajo…)
y que asumimos como nuestro sin cuestionárnoslo demasiado.
Cada vez que incorporamos una
creencia como válida establecemos un acuerdo, pero puede que estas ideas externas
de las que nos apropiamos estén muy lejos de la verdad…
Los acuerdos propuestos a la luz de la filosofía tolteca son los siguientes:
Primer acuerdo. “Sé impecable con tus palabras”.
¿Qué nos decimos y qué les
decimos a los demás?.
Nosotros somos magos
a través de las palabras que utilizamos. Lanzamos “hechizos” en la mente de las
demás personas y en nuestra propia mente por medio de ellas. Nuestras palabras
son poderosa “magia negra” o, por el contrario, “magia blanca” sobre los demás.
Tienen ese poder de dañar o sanar. Las palabras son pura magia, es el don más
preciado que tenemos como seres humanos.
Siempre que escuchamos una
opinión sobre nosotros mismos y la creemos, estamos llegando a un acuerdo.
Para entender qué significa ser
impecable con las palabras tenemos que entender primeramente qué es pecado. “Pecado”
es cualquier cosa que dices o haces que va contra ti (juzgar, culpar, etc.). La
impecabilidad consiste en no utilizar tus palabras contra ti mismo o contra los
demás.
Segundo acuerdo. “No te tomes nada personalmente”.
No estés de acuerdo por sistema
con cualquier cosa que se te diga. Cuando otra persona manifiesta una opinión
sobre ti - ya sea ésta positiva o negativa - debes pensar que es fruto de su
sistema de creencias y de sus propios acuerdos, con lo cual dicha opinión dice
más sobre ella misma que sobre ti.
Tomarte las cosas personalmente,
como si realmente fueran contigo, te convierte en una presa fácil de los “depredadores”
o “magos negros” (hechiceros de las palabras).
Debes tratar de ser inmune a este
tipo de hechizos. El primer paso es ser consciente de ello.
No necesitamos la aceptación de
los demás. Debemos buscar la verdad en nosotros mismos, descubrir lo que
verdaderamente somos.
Lo que otros piensen de mí es “su”
problema, no el mío. Los demás tienen una opinión sobre mí según su propio
sistema de creencias, de modo que su opinión no tiene nada que ver conmigo,
sino con ellos, con sus acuerdos.
Debemos bucear en nuestro interior
para encontrar la verdad de quiénes somos y de lo que queremos.
Durante nuestro pasado quizás
hayamos estado dando crédito a opiniones perversas sobre nosotros mismos y es
muy probable que nos juzguemos y condenemos en función de estas opiniones
externas a las que les hemos dado veracidad. Nuestro “juez” interior nos castiga
en función de ellas y nos convierte en nuestras propias “víctimas”. Al actuar constantemente
de esta manera hemos creado un “hábito de sufrimiento”. Nos hemos vuelto adictos
al dolor.
Si tienes esta adicción, si
sientes la necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo hagan.
Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir, algo en ti hará que
las maltrates. El límite del maltrato al que tú mismo te sometes es el máximo
que tolerarás de otra persona. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo
más probable es que te alejes. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco
menos, es muy probable que continúes con esa relación.
Para romper con este círculo
vicioso de autojuicios y castigos, hay que hacerse consciente de ello. Lo que
otros te han mandado en el pasado con sus palabras perniciosas o lo que te
mandan ahora no tienes por qué tomártelo como algo personal. Cuando no te tragas
el veneno emocional que otros te mandan (intencionalmente o no) se vuelve más
nocivo para el que te lo envía que para ti mismo.
Lo que digan los demás - malo o
bueno - no importa; sólo importa lo que tú asumas como verdadero. No creas en los demás,
cree en ti mismo.
Tercer acuerdo. “No hagas suposiciones”.
El peligro de hacer suposiciones
es llegarnos a creer que aquello que suponemos es cierto. Esto sólo puede
llegar a generar sufrimiento en nuestras relaciones personales. Es como la pescadilla
que se muerde la cola: suponemos, nos lo tomamos personalmente y después
enviamos veneno emocional a los demás con nuestras palabras.
Cuando vayamos a hacer una suposición
sobre los demás tenemos que tener en cuenta que sólo vemos lo que queremos
(podemos) ver y oímos lo que queremos (podemos) oír, que nunca percibimos las
cosas tal como son realmente, que nuestro sistema de creencias transforma
nuestra percepción.
Como ejemplo, citaré un pequeño
fragmento del relato “Un hermano así” del libro Sopa de pollo para el alma:
“A Paul, un amigo
mío, su hermano le regaló un automóvil por Navidad.
En Nochebuena,
cuando Paul salía de su despacho, encontró un pilluelo de la calle dando
vueltas alrededor del brillante coche nuevo, admirándolo.
—¿Es éste su coche,
señor? —le preguntó.
Paul asintió con la
cabeza.
—Me lo regaló mi hermano por Navidad —respondió.
El chico se quedó
atónito.
—¿Quiere decir que
su hermano se lo dio y a usted no le costó nada? Vaya, ojalá... — se
interrumpió, vacilante.
Por cierto, Paul
sabía ya lo que el chico iba a decir: que ojalá él tuviera un hermano así. Pero
lo que realmente dijo lo conmovió hasta lo más hondo.
—Ojalá yo pudiera
ser un hermano así.”
Hacer suposiciones conduce a
muchas dificultades, disputas y malentendidos con las personas con las que nos
relacionamos. No nos precipitemos al sacar conclusiones.
El antídoto contra la suposición
es la pregunta. No tengamos miedo de preguntar hasta que todo quede diáfano. Y,
aún así, no debemos creer que ya lo sabemos todo sobre esa cuestión.
Cuarto acuerdo. “Haz siempre lo máximo que puedas”.
La inacción es nuestra forma de
negar la vida (por ejemplo, pasarse horas y horas día tras día sentados frente
al televisor).
Expresar lo que realmente eres requiere
emprender una acción. Una idea, si no se lleva a cabo, no llega nunca a manifestarse,
no da frutos ni produce recompensas. Queda en nada.
Todo lo que sabes actualmente lo
has aprendido mediante la repetición (hablar, andar, escribir, montar en
bicicleta, conducir…). La acción repetida es lo que ha creado ese aprendizaje.
Los hechos son lo que importa.
Hacer “lo máximo que se puede”
tendrá distintos niveles de intensidad según el momento concreto de nuestra
vida (fatiga, ánimo, salud o enfermedad…). No siempre este máximo será lo mismo.
Por eso, debemos ser pacientes
con nosotros mismos y no tirar la toalla a la primera de cambio cuando tratemos
de actuar conforme a los nuevos acuerdos “conscientes” y no lo consigamos
totalmente. Tenemos que ser benevolentes con nosotros mismos ante las recaídas,
puesto que hemos repetido incesantemente otras pautas derivadas de otros
acuerdos. Es normal que aún tengan influencia sobre nosotros. Contrarrestarla
es difícil al principio, pero, a medida que lo intentemos (que nos caigamos y
volvamos a levantarnos), iremos creando poco a poco estos nuevos hábitos. Es el
compromiso con estos acuerdos mediante la acción el que nos va transformando.
Con respecto a esta cuestión, cobra sentido la famosa e inspiradora cita de autor desconocido:
“Si lo intentas, quizás; si no, jamás”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario